Cuando se comete un homicidio, no basta con saber quién fue ni cómo ocurrió. Lo que más intriga, y muchas veces más cuesta responder, es el porqué. Detrás de cada acto violento suele haber una historia compleja, atravesada por factores personales, familiares y sociales. Y es justo en ese punto donde el entorno social juega un papel crucial.
¿Dónde vivía el acusado? ¿Cómo eran sus vínculos familiares? ¿Creció rodeado de violencia, pobreza o abandono? Este tipo de preguntas no buscan justificar lo que pasó, sino entenderlo con más profundidad.
Porque muchas veces, mirar el contexto permite ver patrones, prevenir futuros casos y diseñar respuestas más efectivas.
¿Qué es el entorno social en estos casos?
Cuando hablamos de entorno social nos referimos a todo lo que rodea a una persona en su día a día: la familia, el barrio, la comunidad, la escuela, los amigos, la cultura local y hasta los medios o redes sociales que consume.
En un homicidio, este entorno puede:
- Modelar conductas (por ejemplo, si la violencia se ve como algo normal).
- Influir en la toma de decisiones bajo presión.
- Aumentar o reducir las oportunidades para actuar de otra forma.
- Afectar la manera en que alguien percibe el bien, el mal, la justicia y el castigo.
En resumen: nadie actúa en el vacío. Siempre hay un contexto que influye, para bien o para mal.
Factores sociales que pueden predisponer a la violencia
Hay ciertos factores del entorno que, si se combinan, pueden aumentar las probabilidades de que alguien desarrolle conductas agresivas o delictivas. Aquí mencionamos algunos clave:
1. Desigualdad económica y falta de oportunidades
Cuando alguien vive con lo justo o incluso menos, y no ve salida a esa situación, puede desarrollar una sensación de desesperanza. La frustración, el enojo o el resentimiento pueden volverse parte del día a día. Y si además se vive en un ambiente donde delinquir es común o incluso valorado, el riesgo crece.
2. Exposición constante a la violencia
Hay lugares donde los tiroteos, los gritos, los golpes o incluso los asesinatos se han vuelto parte del paisaje. En esos contextos, la violencia se normaliza. No sorprende, no asusta, y peor aún: a veces se admira. Crecer ahí cambia la forma de ver el mundo.
3. Poca o nula contención emocional
Cuando no hay figuras adultas que enseñen a manejar el enojo, la tristeza o el miedo, muchas personas explotan. Si desde niños no aprendieron a poner en palabras lo que sienten, es más probable que lo expresen con gritos, golpes o peores.
4. Falta de referentes positivos
No tener a alguien que funcione como guía, que dé ejemplo, que escuche sin juzgar... también pesa. En esos casos, muchos buscan sentido de pertenencia en lugares peligrosos: pandillas, bandas, grupos delictivos. Esos espacios sí ofrecen compañía, aunque a un precio muy alto.
Entornos vulnerables: cuando el Estado no llega
En zonas con alta vulnerabilidad —como asentamientos precarios, barrios marginados o sectores donde manda el narcotráfico— la ley del más fuerte suele reemplazar al Estado. Las reglas cambian, y la violencia se convierte en la moneda de cambio.
Ahí:
- Tener un arma puede ser necesario para sobrevivir.
- Los ajustes de cuentas son cosa de todos los días.
- La presión del grupo y la necesidad de pertenecer pesan más que la ley.
En estos entornos, la violencia no siempre es una elección libre. A veces, es la única forma que conocen para protegerse, para ser respetados o simplemente para no morir.
Por eso, cuando se investiga un homicidio, ignorar el entorno de quien cometió o sufrió el crimen sería ver solo una parte de la película.
El papel de la familia
La familia es el primer entorno social que tiene cualquier persona. Y como tal, puede ser una red de apoyo… o todo lo contrario.
Si una niña o un niño crecen en un hogar con maltrato, gritos constantes, negligencia o abandono, es muy probable que arrastren heridas emocionales difíciles de sanar.
Algunos efectos comunes:
- Falta de control emocional.
- Impulsividad o dificultad para pensar antes de actuar.
- Desconfianza hacia los demás.
- Baja autoestima.
Además, si en casa se ve que todo se resuelve a golpes o con insultos, eso se aprende. Y se repite. Los niños no solo hacen lo que les dicen: hacen lo que ven.
De ahí la importancia de los programas de parentalidad positiva, el acompañamiento a familias en crisis y el fortalecimiento de los vínculos afectivos desde edades tempranas. No es solo una política social: es una estrategia de prevención a largo plazo.
Las redes sociales y los medios: el nuevo entorno
Hoy en día, el entorno social ya no termina en la esquina de la casa o en la escuela. Las redes sociales, los videojuegos, las series de televisión y las noticias también moldean la forma en que se ve y se entiende la violencia.
Por ejemplo:
- Muchos jóvenes ven en TikTok o Instagram contenidos donde se celebra el uso de armas o la vida de los narcos.
- Algunos videojuegos premian el matar o golpear.
- Los noticieros, en su afán por el impacto, a veces deshumanizan a las víctimas o glorifican al victimario.
- Todo eso influye. Un joven puede pensar que matar es “parte del juego” o que con eso ganará respeto. Una víctima puede decidir no denunciar por miedo a cómo la expondrán. Un testigo puede callar porque sabe que lo pueden ubicar en redes.
En resumen: el entorno digital también es real. Y sus efectos, igual de poderosos que los del mundo físico.
¿Puede el entorno social ser un atenuante o agravante en un juicio?
La ley chilena contempla ciertos factores que pueden influir en la pena, aunque no se hable directamente de “entorno social”. Estos incluyen:
- La vulnerabilidad del acusado.
- Su nivel de instrucción.
- El tipo de relaciones que lo rodeaban.
- Si actuó bajo coacción, miedo o manipulación.
Por ejemplo, si un joven fue criado en un ambiente violento, sin acceso a educación, con familiares involucrados en delitos y sin figuras afectivas cercanas, eso puede ser considerado como un atenuante.
En cambio, si alguien mata aprovechándose de la debilidad de la víctima, con odio o por desprecio, el entorno puede agravar la pena.
El punto no es justificar todo por el contexto, ni tampoco ignorarlo. Es analizar cada caso a fondo, con humanidad y con justicia.
¿Qué se puede hacer desde lo social para prevenir homicidios?
Combatir los homicidios no se logra solo con más policías o penas más duras. También se necesita intervención social con enfoque integral. Algunas medidas que funcionan:
- Educación emocional desde la infancia, tanto en la escuela como en la casa.
- Espacios recreativos y culturales en barrios marginados.
- Atención psicológica accesible en sectores vulnerables.
- Reinserción real para personas con antecedentes, no solo en el papel.
- Oportunidades laborales y de capacitación para jóvenes sin estudios.
Estas acciones no generan portadas ni discursos políticos fáciles, pero sí salvan vidas. Y a largo plazo, son mucho más efectivas que llenar las cárceles.
¿Por qué es tan importante mirar el contexto en la investigación penal?
Cuando se investiga un homicidio, no basta con analizar el hecho aislado. Es crucial mirar lo que lo rodeó.
Entender el entorno ayuda a:
- Detectar causas estructurales que se repiten.
- Prevenir nuevos casos con políticas más acertadas.
- Evaluar con mayor justicia la responsabilidad de cada quien.
- Romper el ciclo de violencia desde la raíz.
No todos los homicidios tienen un trasfondo social fuerte, pero muchos sí. Y mirar para otro lado solo alarga el problema.
Ver el todo, no solo la parte
El entorno social no excusa un crimen, pero sí ayuda a explicarlo. Y si de verdad queremos vivir en una sociedad más segura, tenemos que dejar de ver solo al agresor o a la víctima como casos individuales.
Tenemos que mirar el barrio, la escuela, la casa, las redes, los medios… y preguntarnos qué estamos haciendo (o dejando de hacer) para que las personas no sientan que matar, huir o callar es su única salida.
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