En la esquina de un pasaje en Renca, un poste lleva meses sin funcionar. De día nadie lo nota demasiado, pero cuando cae la noche la oscuridad cubre la calle como un manto espeso. Los vecinos caminan más rápido, los niños ya no juegan en la plaza y algunos prefieren dar un rodeo para llegar a sus casas. La penumbra, que parece un detalle menor, se ha convertido en sinónimo de miedo. Y en más de una ocasión, en distintas ciudades del país, la falta de luz ha estado asociada a delitos graves, incluidos casos de homicidio.
La oscuridad como escenario de riesgo
La seguridad urbana no depende solo de patrullajes o cámaras: también se construye con algo tan simple como la iluminación. Una calle bien alumbrada permite ver y ser visto, disuade a potenciales agresores y otorga a los vecinos la confianza de usar el espacio público después del atardecer.
Cuando la luz falta, ocurre lo contrario. Las calles oscuras reducen la vigilancia natural —esa mirada atenta de un vecino desde la ventana—, vuelven ineficaces a las cámaras de seguridad y generan la sensación de que cualquier cosa puede pasar sin que nadie lo note.
“Cuando se corta la luz en el pasaje, nadie quiere salir. El silencio y la oscuridad se sienten peligrosos, como si estuviéramos abandonados”, cuenta ficticiamente Marcela, vecina de La Pintana.
Homicidio y ausencia de luz: lo que dicen los estudios
Investigaciones internacionales han mostrado que mejorar la iluminación pública contribuye a reducir delitos violentos. En ciudades como Nueva York y Londres, el reemplazo de luminarias antiguas por sistemas LED no solo bajó la percepción de inseguridad, también redujo la ocurrencia de crímenes en sectores críticos.
En el caso de los homicidios, la relación es más sutil pero igualmente preocupante. No es la oscuridad la que los provoca, sino el escenario que crea: calles sin luz donde una riña puede escalar sin que nadie intervenga, donde un asalto puede transformarse en tragedia porque no hubo testigos que alertaran a tiempo.
“Un homicidio rara vez ocurre a plena luz frente a todos. La oscuridad ofrece al delincuente un manto de impunidad”, señala Rodrigo Méndez, criminólogo consultado.
La mirada de los vecinos
En distintos barrios del país, los testimonios de la comunidad revelan cómo la luz —o su ausencia— transforma la vida cotidiana:
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“Desde que arreglaron las luminarias de la plaza, volvimos a reunirnos en las tardes. Antes parecía tierra de nadie”, dice Jorge, dirigente vecinal en Valparaíso.
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“El homicidio que ocurrió aquí fue en un pasaje completamente oscuro. Si hubiera habido luz, alguien podría haber visto algo o ayudar antes”, relata Ana, vecina ficticia de Renca.
No se trata solo de prevención del delito: la luz recupera la confianza, devuelve la vida comunitaria y permite que los espacios sean usados como fueron pensados.
Una prevención al alcance de todos
A diferencia de otras medidas de seguridad más costosas, la iluminación es una solución relativamente accesible y de alto impacto.
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Mantención constante de luminarias en calles y plazas.
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Recambio a LED, que mejora la visibilidad y reduce gastos energéticos.
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Participación comunitaria, para reportar con rapidez fallas en la iluminación.
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Complemento con cámaras de seguridad, que requieren buena luz para operar eficazmente.
En algunos municipios chilenos, simples planes de reparación de alumbrado público han reducido en más de un 30% las denuncias por asaltos en la vía pública.
Conclusión
La falta de iluminación pública no es, por sí sola, la causa de un homicidio. Pero sí crea el escenario donde la violencia encuentra menos resistencia y menos testigos. Una calle bien iluminada no solo protege, también devuelve la vida a los barrios, invita a recuperar plazas y genera confianza en los vecinos.
En un país donde la seguridad se ha transformado en una de las mayores preocupaciones, la luz es más que una herramienta urbana: es un derecho básico. Porque iluminar una calle no solo espanta la sombra del delito, también enciende la esperanza de que el espacio público puede volver a ser de todos.