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A las siete y media de la mañana, un furgón escolar avanza lentamente por las calles de Puente Alto. Dentro, un grupo de niños conversa con entusiasmo mientras sus mochilas cuelgan de los asientos. Sin embargo, el conductor mantiene el ceño fruncido: sabe que en unas cuadras más cruzará una de las llamadas zonas rojas, sectores donde la inseguridad obliga a extremar las precauciones.

Para muchos padres y transportistas, llevar a los niños al colegio se ha transformado en una rutina con cierto grado de tensión. Lo que antes era un simple trayecto de pocos minutos, hoy implica decisiones sobre rutas, horarios y medidas de seguridad adicionales.

Las zonas rojas no son solo un mapa de peligros, sino una realidad que impacta directamente en la educación, el bienestar y la libertad de movimiento de los más pequeños.

Zonas rojas y transporte escolar: una travesía que exige precaución

En comunas como La Pintana, Cerro Navia o Quilicura, los choferes de transporte escolar han debido modificar recorridos para evitar sectores considerados de alto riesgo. Las razones van desde asaltos a vehículos hasta enfrentamientos en la vía pública.

“Nosotros planificamos cada ruta casi como si fuéramos detectives”, comenta Héctor Vergara, conductor con más de diez años de experiencia. “Hay calles que simplemente no se pueden cruzar a ciertas horas. No solo por los robos, sino por la tensión que se siente.”

El problema no es menor: cuando las zonas inseguras se interponen entre los hogares y los colegios, los tiempos de traslado aumentan, el estrés de los conductores se eleva y los padres viven con la ansiedad permanente de saber si sus hijos llegarán bien.

Algunos colegios incluso han debido contratar seguridad privada o coordinarse con patrullas municipales para garantizar el tránsito seguro durante las horas punta.

La rutina bajo vigilancia

El transporte escolar no es el único afectado. Los estudiantes que se desplazan a pie o en bicicleta también enfrentan el desafío de atravesar calles con poca iluminación, esquinas conflictivas o paraderos donde se concentran incidentes delictivos.

Según datos del Ministerio del Interior, en comunas con presencia de zonas rojas se registran mayores tasas de robos a peatones y vehículos en los horarios de ingreso y salida de colegios.

Frente a ello, muchas familias han optado por estrategias de autoprotección:

  • Coordinar grupos de caminatas acompañadas entre vecinos.

  • Usar aplicaciones de seguimiento en tiempo real.

  • Cambiar los puntos de recogida de los furgones por lugares más transitados.

“Mi hija caminaba sola tres cuadras hasta el furgón, pero ahora preferimos llevarla en auto”, dice Carolina Poblete, madre de una alumna en Lo Espejo. “No es lo ideal, pero dormir tranquila vale más que ahorrar unos minutos.”

Escuelas que se adaptan a la inseguridad

Los establecimientos educativos también han debido reorganizarse frente a esta realidad. En varias comunas de Santiago, directores y apoderados trabajan en conjunto para implementar protocolos de ingreso y salida más seguros.

Algunas medidas incluyen:

  • Reforzar el alumbrado en los alrededores del colegio.

  • Instalar cámaras de vigilancia y botones de pánico.

  • Ajustar los horarios de salida para evitar momentos de mayor riesgo.

  • Coordinar con las policías rondas disuasivas en horarios críticos.

Un ejemplo se observa en La Reina, donde una red de colegios particulares y subvencionados implementó un sistema de vigilancia compartido con la municipalidad. Los resultados han sido positivos: disminuyeron los robos en trayecto y aumentó la confianza de los apoderados.

“El colegio no puede controlar todo lo que pasa fuera de sus muros, pero sí puede influir en cómo se enfrenta el entorno”, explica Rodrigo Lagos, director de un establecimiento participante del programa.

Tecnología y comunidad: un nuevo tipo de seguridad escolar

En los últimos años, la innovación también ha jugado un rol relevante en la protección de los menores. Algunas empresas de transporte escolar han incorporado GPS en sus vehículos y sistemas de registro digital para los apoderados.

Con una simple app, los padres pueden saber en qué punto exacto se encuentra el furgón, cuándo llegó al colegio y si el niño fue recogido a la hora programada. Este tipo de herramientas, combinadas con redes vecinales activas, han logrado disminuir la sensación de inseguridad en sectores catalogados como zonas rojas.

En comunas como Peñalolén y San Bernardo, además, se han implementado proyectos piloto de “rutas seguras” coordinadas por las municipalidades, con presencia policial en los trayectos escolares más conflictivos.

Un problema que trasciende el transporte

La movilidad escolar es apenas una arista de un fenómeno mayor: la segregación territorial de la seguridad. Las familias que viven en sectores considerados de alto riesgo muchas veces deben recorrer largas distancias hasta encontrar un colegio seguro o con acceso confiable al transporte.

Esto genera un círculo vicioso: la inseguridad restringe la educación y la falta de oportunidades perpetúa el riesgo. Expertos en urbanismo coinciden en que el desafío es recuperar el espacio público como un entorno de confianza.

“La seguridad no se construye solo con patrullas, sino con presencia comunitaria, con calles vivas y acompañamiento”, señala la socióloga Valentina Rojas, investigadora en movilidad infantil.

Conclusión: volver a confiar en el camino

El trayecto al colegio debería ser un espacio de aprendizaje, no de miedo. Sin embargo, mientras existan zonas rojas que limiten la libre circulación, miles de niños y apoderados seguirán enfrentando esa tensión cotidiana.

La solución no pasa solo por más vigilancia, sino por una visión integral: urbanismo seguro, educación cívica, cooperación entre municipios y comunidades.
Porque la seguridad, especialmente cuando se trata de los más pequeños, no puede depender de la suerte ni de la ruta que elija un furgón escolar.

Volver a confiar en el camino es, quizás, la primera lección que las ciudades deben reaprender.

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