Era un jueves por la tarde cuando un disparo rompió la rutina de una calle tranquila en Maipú. Los niños jugaban en la plaza, los almacenes aún estaban abiertos y algunos vecinos volvían del trabajo. Bastó una noticia en la radio y un par de patrullas con sirenas encendidas para cambiarlo todo: un hombre había muerto a manos de otro, en plena vía pública. Desde ese día, los vecinos dejaron de mirar el barrio con los mismos ojos.
Los homicidios no solo marcan a las familias directamente afectadas. También dejan cicatrices en la comunidad que los presencia o escucha hablar de ellos. De pronto, las calles que parecían inofensivas se perciben peligrosas, y los espacios de convivencia se vuelven escenarios de sospecha y temor.
Cómo un crimen altera la vida diaria
El miedo se filtra de formas sutiles. Un padre que antes dejaba que sus hijos volvieran del colegio solos ahora camina con ellos cada tarde. Una mujer que acostumbraba trotar en la noche cambia su rutina para hacerlo solo en las mañanas. El almacén de la esquina empieza a cerrar más temprano porque la clientela se reduce después de la puesta de sol.
“Ya no se ve gente en la plaza después de las ocho. Todos preferimos quedarnos en casa”, comenta Andrea, vecina ficticia de la comuna. “Es como si la vida del barrio se hubiera apagado de golpe”.
Ese es el efecto invisible de los homicidios: aunque son menos frecuentes que otros delitos, su carga emocional es mucho más fuerte. Instalan la sensación de que lo impensado puede repetirse en cualquier momento.
La percepción de inseguridad: más poderosa que las cifras
Las estadísticas muchas veces dicen que los homicidios representan un porcentaje menor dentro del total de delitos. Pero la percepción de inseguridad que generan es devastadora.
“Un robo duele, claro, pero un homicidio te hace sentir que la vida de cualquiera puede acabarse en tu misma calle. Ese miedo no se borra fácil”, explica Rodrigo Méndez, criminólogo consultado para este reportaje.
En barrios donde ocurre un crimen de este tipo, no basta con que la policía asegure que fue un hecho aislado. El miedo colectivo se instala, y lo que era rutina se transforma en precaución constante.
Estrategias comunitarias para recuperar la confianza
Pese a ese golpe emocional, algunas comunidades logran levantarse. Lo hacen a través de la organización, la memoria colectiva y la presencia activa en los espacios que antes se convirtieron en símbolos del miedo.
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En Ñuñoa, tras un homicidio ocurrido en una plaza, los vecinos organizaron actividades culturales cada fin de semana. “Era nuestra forma de recuperar el lugar, de demostrar que la vida seguía”, cuenta Pedro, dirigente barrial.
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En Valparaíso, un pasaje marcado por un crimen se transformó en un mural colectivo que recordaba a la víctima, pero también enviaba un mensaje de unión.
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En comunas más pequeñas, las juntas de vecinos han creado chats de emergencia, con coordinación directa con carabineros y patrullas municipales.
“Cuando retomamos los espacios, cuando volvemos a caminar juntos por las calles, el miedo empieza a perder fuerza”, afirma Teresa, vecina de Quilpué.
Conclusión
Los homicidios no solo arrebatan una vida, también trastocan la forma en que un barrio entero se relaciona con sus calles y plazas. La confianza se erosiona, los hábitos cambian y el silencio reemplaza la convivencia.
Pero así como un crimen puede sembrar miedo, la organización y la solidaridad pueden devolverle vida a una comunidad.