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La noche cae sobre Santiago y frente al Estadio Nacional comienzan a reunirse miles de personas. Luces, música, pancartas, vendedores ambulantes, familias enteras y jóvenes emocionados. Todo parece festivo, pero entre esa euforia hay un desafío constante: mantener el orden y la seguridad. En espacios donde la multitud se multiplica por minutos, las llamadas zonas rojas se vuelven inevitables.

Detrás de cada gran concierto o manifestación, hay un equipo de profesionales —guardias, policías, paramédicos y organizadores— que trabajan con un objetivo claro: que la alegría no se transforme en caos.

Qué son las zonas rojas y cómo se identifican

En el contexto de los eventos masivos, las zonas rojas son áreas de alto riesgo donde puede concentrarse la mayor cantidad de personas o incidentes. No siempre están ligadas a la violencia: a veces basta una salida bloqueada, una avalancha humana o una falla técnica para que la situación se vuelva crítica.

“Las zonas rojas cambian según el tipo de evento”, explica Rodrigo Salinas, experto en gestión de emergencias. “En un concierto, puede ser la entrada principal o el acceso al escenario. En una marcha, suele ser el punto donde se concentran los grupos más grandes o los sectores sin rutas de escape.”

Reconocerlas a tiempo es clave para prevenir tragedias. Por eso, antes de cada espectáculo o manifestación, se elaboran mapas de riesgo que indican flujos de entrada, salida y posibles puntos de saturación.

Tecnología y control en tiempo real

En los últimos años, la seguridad en eventos masivos ha cambiado radicalmente gracias a la tecnología. Drones con cámaras térmicas sobrevuelan los recintos para detectar concentraciones anormales de público; sensores instalados en vallas monitorean vibraciones que podrían anticipar una avalancha, y los centros de mando reciben información en tiempo real desde dispositivos portátiles de los equipos en terreno.

En conciertos recientes en Chile, los sistemas de videovigilancia han permitido identificar incidentes antes de que se agraven: peleas, desmayos, intentos de intrusión o sobrecupos.

“Hoy no se trata solo de tener más seguridad, sino de tener mejor información”, comenta Verónica Álvarez, coordinadora de operaciones de un recinto deportivo. “Un minuto de anticipación puede salvar cientos de vidas.”

La combinación de cámaras, software de análisis de multitudes y comunicación directa entre organizadores y autoridades permite que la respuesta ante una emergencia sea más rápida y precisa.

Manifestaciones y gestión del espacio público

Cuando se trata de protestas o marchas, el desafío adquiere una dimensión distinta. Las calles se convierten en corredores impredecibles donde la planificación debe ser flexible. Las zonas rojas en estos casos no solo responden a la densidad de personas, sino también al potencial de conflicto.

En Chile, las autoridades han implementado rutas seguras para marchas autorizadas, delimitando sectores de libre tránsito, zonas de contención y corredores para ambulancias. Este tipo de planificación busca equilibrar el derecho a manifestarse con la obligación de proteger la vida y el orden público.

Luis Garrido, exoficial de Carabineros, lo resume así:
“La clave está en la anticipación. No se trata de reprimir, sino de prevenir. Cuando sabes dónde y cómo se moverá la multitud, puedes actuar con inteligencia, no con improvisación.”

 

La importancia del comportamiento colectivo

Más allá de los protocolos, la seguridad también depende del comportamiento de los asistentes. En eventos multitudinarios, pequeñas acciones individuales pueden tener grandes consecuencias. Un empujón, una puerta mal cerrada o una salida mal señalizada pueden desencadenar el pánico.

Por eso, los equipos de seguridad insisten en educar al público:

  • Respetar las zonas de evacuación.

  • Evitar empujones o saltos en áreas cerradas.

  • Mantener la calma ante retrasos o interrupciones.

  • Reportar comportamientos peligrosos.

“Las multitudes tienen su propia lógica”, señala Marcela Pizarro, psicóloga experta en gestión de masas. “Cuando la emoción colectiva se desborda, solo la confianza en la organización puede evitar el caos.”

Esa confianza, precisamente, es el mayor capital de la seguridad moderna.

Casos recientes: lecciones que dejaron huella

En 2022, durante un concierto en Santiago, una falla en los accesos provocó que cientos de personas intentaran entrar sin ticket. La rápida intervención del personal de seguridad y el refuerzo de barreras controladas evitó una estampida.

En otro contexto, una manifestación en Valparaíso logró desarrollarse sin incidentes gracias a un operativo conjunto entre autoridades y observadores civiles. Las cámaras urbanas permitieron monitorear el desplazamiento de la marcha y activar desvíos a tiempo.

Estos ejemplos muestran que el equilibrio entre libertad y seguridad no es una utopía: es el resultado de planificación, coordinación y tecnología bien aplicada.

Hacia una seguridad más humana y participativa

La gestión de eventos masivos no puede basarse solo en protocolos rígidos. Debe integrar un enfoque humano que entienda las emociones, las expectativas y los miedos de las personas que asisten.

Por eso, las nuevas estrategias incorporan mediadores sociales, asistentes de público y psicólogos especializados en multitudes. Su rol es simple pero poderoso: escuchar, orientar y calmar antes de que surja el descontrol.

“La seguridad no se impone, se construye con confianza”, comenta Alejandro Reyes, director de una empresa de seguridad para eventos culturales. “Cuando la gente siente que alguien cuida sin abusar, la convivencia fluye mejor.”

Conclusión: la anticipación como mejor defensa

Las zonas rojas en conciertos y manifestaciones no desaparecerán, pero pueden gestionarse con inteligencia y humanidad. La prevención, la tecnología y la empatía forman el nuevo triángulo de la seguridad moderna.

Porque detrás de cada evento exitoso no hay casualidades, sino planificación; detrás de cada noche tranquila, hay equipos que observan, prevén y actúan. Y en ese esfuerzo silencioso se construye algo más valioso que el orden: la confianza del público.

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